miércoles, 30 de mayo de 2007

Qué país generoso

¿Cómo puede haber tanta gente que vaya a trabajar y no crea en que se puede obtener un mínimo de satisfacción al hacer un buen laburo? Digo por los funcionarios del Enargas y los empresarios, y por tantos otros. Y seguro que esta gente se queja de cómo está el país... ¿tendríamos que tener ética como materia en la escuela primaria?

Acá va la crónica de una típica situación argentina, por Nora Bär, columnista de Ciencia en La Nación.

Hace dos años, Luis Juanicó, doctor en ingeniería nuclear especializado en diseños avanzados y evaluaciones económicas (multipremiado en el país y en el exterior), levanta el teléfono de su laboratorio en el Centro Atómico Bariloche (CAB) para llamar al ingeniero Carlos Mourelle, delegado de la región sur del Enargas. Quiere pedirle un subsidio para estudiar la eficiencia de los calefactores que se venden en el país.

Ese gesto aparentemente anodino no tendría mayor importancia si no fuera porque señala el comienzo de un derrotero que terminaría por ilustrar detalladamente el malentendido entre ciencia y sociedad que desalienta muchos esfuerzos vernáculos de progreso.

Los detalles de esta historia son verdaderamente kafkianos. Mourelle recibe una nota de Juanicó y decide mandarla a las autoridades del Ente en Buenos Aires. Pasan muchos meses sin respuesta hasta que, en junio de 2006, un gerente se notifica del pedido, pero le informa al investigador que no puede darle una respuesta porque es "un privado".

"¿Cómo «privado»?", se queda pensando Juanicó sin entender, y ofrece un aval firmado por sus superiores del CAB.

Enterado Mourelle, toma la responsabilidad de responderle en nombre del Enargas y le envía otra nota a Juanicó pidiendo precisiones. La ampliación con el respaldo de las autoridades del CAB vuelve a Buenos Aires, donde el funcionario que previamente se había negado a contestar le dice a Juanicó que su trabajo es importante, que le van a dar el subsidio solicitado (50.000 pesos para montar el laboratorio y medir el funcionamiento de los calefactores), pero... que no le corresponde a él tomar la decisión.

La solicitud, entonces, dormita otro año en un cajón, mientras un director del Conicet intenta infructuosamente comunicarse con los encargados del tema para impulsar el proyecto.

En el ínterin, Juanicó obtiene un subsidio de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (Secyt) y realiza los estudios. El resultado es inquietante: no sólo verifica que los calefactores locales tienen una eficiencia de entre el 40 y el 60%, sino que ésta podría aumentarse hasta el 85% con pequeñas modificaciones que costarían 25 pesos por equipo. Gracias a estos trabajos, el Conicet presenta dos solicitudes de patentes de invención.

Ya en noviembre de 2006, la Secyt decide tomar el toro por las astas y reunir a los fabricantes de calefactores para exponerles estas conclusiones y plantearles la posibilidad de trabajar en conjunto.

Del Enargas no va nadie. Tampoco van los representantes de empresas grandes. Pero los fabricantes que sí concurren plantean que no tienen interés en hacer mejores calefactores porque... en el país nadie declara la eficiencia ni la controla. Allí Juanicó se entera de que una de las compañías comercializa calefactores ineficientes en el mercado local, pero exporta modelos más eficientes a la Unión Europea.

También visita laboratorios (tercerizados) que realizan las mediciones por cuenta del Enargas y puede observar que trabajan con una norma errónea. "Miden mal y con equipos inadecuados", afirma.

Hace un mes, una funcionaria del Enargas le informa que no van a poder cumplir con su solicitud porque carecen de una asignación presupuestaria para este tipo de estudios. Paradójicamente, uno de los objetivos fundacionales del Enargas es propender al uso eficiente de ese combustible.

Por Nora Bär
ciencia@lanacion.com.ar

No hay comentarios.: